#ElPerúQueQueremos

Vladimiro y el clientelismo político

El triángulo sin base en la era de la informalidad y la delictividad.

Ensayo presentado como examen final del curso Perú Actual 2013-2

Publicado: 2013-12-22


El presente es un breve ensayo que busca profundizar en la persistencia de la antigua figura denominada como el “triángulo sin base”, constante en la historia peruana, en base a dos textos: “El espía imperfecto” de Sally Bowen y Jane Holligan, y “El Perú Fracturado” de Francisco Durand. El texto busca primero analizar y demostrar la continuidad y la persistencia del modelo de triángulo sin base dentro de nuestra historia reciente y, además, ver cómo este es influenciado y reforzado por las economías informales y delictivas. Antes de explayarme en estos dos puntos, ofreceré un resumen de ambos textos así como una definición del concepto en cuestión.

El texto “El espía imperfecto” puede entenderse como una biografía del ascenso de Montesinos al poder, completa con su accionar y sus aventuras pre-fujimori, y permite comprender mejor las ambiciones, vicios y defectos del siniestro personaje que durante una década se convirtió en la segunda persona más poderosa del país, y que terminó tejiendo una amplia red de corrupción que nos continúa acosando incluso hoy en día. Sin embargo, más allá de lo interesante que pueda resultar la figura de Montesinos por sí misma, interesa más evaluar, en base a su caso, las posibilidades que una sola persona, en base a perseverancia, astucia y recursos, posee para obtener poder dentro del Estado, así como de la sociedad peruana contemporánea, y cómo es que todas las estructuras pueden conspirar a favor de uno de darse las condiciones.

Por otro lado, Francisco Durand, sociólogo, en la primera parte de su texto “El Perú Fracturado” propone, para entender mejor la realidad peruana contemporánea, una diferenciación y un análisis de tres socioeconomías que coexisten en el país generando contradicciones y complejizando el estudio de la realidad peruana: la formal, que es toda aquella que se encuentra regulada por el estado, inscrita en registros y al día en sus impuestos; la informal, que se viene desarrollando en omisión de las regulaciones del estado, saltándose los pasos necesarios para entrar dentro de lo que se conoce como lo formal; y por último la delictiva, muy vinculada a la fuerte entrada del dinero del narcotráfico dentro de las provincias del país. El autor, escribiendo desde el 2007, explora el terreno post-desborde popular y post-Velasco, complementando así lo expuesto por Matos Mar y Hernando De Soto.

Ahora bien, antes de proceder con la argumentación, pasaré a definir el concepto que definió el título de este trabajo. El “triángulo sin base” es un término utilizado por Cotler en libro “Clases, Estado y Nación”, publicado por el IEP en 1978. El texto, que quizás es el mejor trabajo de Historia Social del siglo XX peruano, partió de la intención de establecer los antecedentes históricos que llevaron al golpe de estado de Velasco en 1968, pero terminó ofreciendo una amplia reflexión de la historia política y social republicana. Resumiendo, en palabras de Dargent, el concepto del triángulo sin base hacía referencia a

“… la articulación entre las élites políticas y económicas con los sectores más pobres y excluidos. Dichas élites se vinculaban a estos sectores por medio de estrategias clientelistas. Con ello se lograba una forma de articulación vertical de la sociedad, pero estos sectores populares, la base del triángulo, no tenían mecanismos de articulación entre sí, debilitando su peso político y manteniendo el status quo.” (Dargent 2013).

Sin duda alguna, y como lo explica Cotler en un ensayo introductorio a la tercera edición de su libro, esta visión vertical de una élite dirigente frente a un triángulo sin base, tiene una historia que puede trazarse hasta el Virreinato: La organización política que la dinastía Habsburgo trazó para los territorios en ultramar también seguía un gráfico similar. Durante esa época, buen grupo de instituciones, sin jerarquías estrictamente delimitadas, dependían constantemente de las deliberaciones del Rey, en España, para tomar decisiones y solucionar los conflictos internos que podían tener entre si. De esta manera, la burocracia nacional quedaba supeditada toda a la deliberación arbitraria de una sola persona, un solo individuo, que se traduce en instituciones débiles y caudillaje personalista. Si bien esta estructura es básica dentro de un régimen absolutista, el esquema no acabó con la independencia de América en 1821, como señalan Cotler, Durand, McEvoy y muchos otros más. La más clara evidencia de la continuidad de este patrón colonial estuvo precisamente en la aparición, literal, de caudillos post-independencia, cada uno abanderando intereses regionales hasta que Castilla, gracias a la oportuna relevancia del guano en el comercio internacional, pudo articular y estabilizar un gobierno que alcance toda la patria. Esto, claro, lo hizo manteniendo una elaborada ley de clientelaje político, que pudo mantenerse en base a los excedentes producidos por la exportación guanera, así como la hábil pericia y el olfato político de Castilla para evitar problemas y generar consensos. La ambición de Castilla continúo una vez terminado su período presidencial, y de forma análoga a lo que está tratando de realizar Alan García en el presente, se convirtió en una suerte de “garante”, quien, a pesar de no contar con el poder “formal” que le otorgaba el cargo de Presidente, se convirtió en un “protector” que buscó imponer un sucesor. Sus ambiciones fracasaron y varios movimientos se alzaron en su contra. Años después, Balta, presidente constitucional, volvería a intentar replicar el modelo castillista de gobierno, pero sin reunir las cualidades de Castilla, su intento de replicar el modelo no tuvo éxito y la situación culminó en un golpe de estado. Tras la guerra con Chile, el caudillaje se retomó, y a pesar de la mayor estabilidad de los partidos y gobiernos civiles, continuó perdurando la imagen y la presencia de relaciones verticales en todo el ámbito político. Cotler señala que estas mecánicas de dominación tradicional, tan repudiadas en el escenario político del siglo XX, continuaron siendo reproducidas, incluso por los representantes de las reformas anti-oligárquicas como Haya y Belaunde, quienes parecían representar en ellos mismos la voluntad entera de los partidos que representaban, sin una mayor presencia política de bases.

El recorrido histórico llega al presente: la ciencia política y sus principales exponentes en la academia peruana han explicado a profundidad la crisis imperante dentro de los partidos políticos tradicionales y cómo se sostienen en base a personajes individuales que de una u otra manera terminan destacando y encarnando al partido como todo. Todo esto, de nuevo, da la imagen de siglos anteriores: instituciones débiles y un caudillaje personalizado.

Dentro de toda esta situación de debilidad de instituciones, durante los 70´s y los 90´s Vladimiro Montesinos estuvo vinculado al poder ejecutivo. Montesinos, un individuo inteligente, ávido lector y ambicioso, que había entrado al ejército a regañadientes y aprovechaba las oportunidades que tenía para leer y llevar una carrera universitaria, encontró un sinfín de oportunidades una vez que Juan Velasco Alvarado dio el golpe de estado a Fernando Belaúnde. Vladimiro se convirtió pronto en asistente del premier Edgardo Mercado Jarrín, destacando como una persona de suma eficiencia y capacidad. Fue posteriormente recomendado a otros puestos y circuló como asesor de los altos cargos durante el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, pero cuando Morales Bermudez depone a Velasco, comienza una purga dentro de las propias Fuerzas Armadas. Todo eso, además de un grave escándalo dónde se encuentra a Vladimiro culpable de espionaje y de venta de información confidencial a la CIA (que se traduce como traición a la patria). Para no levantar un escándalo mediático, Montesinos fue destacado a Sullana, pero aprovechó una oportunidad y se escapó a Estados Unidos. A su retorno, fue abordado por el Servicio de Inteligencia y sentenciado por sus cargos. Una vez en libertad, emprendió con un primo un estudio de abogados que se dedicó a la defensa legal de criminales y así llegó a coludirse con los cárteles colombianos que en ese momento encabezaban los Hermanos Escobar. Tras apoyar a un importante miembro del cártel, Montesinos se ganó su confianza y contribuyó de esta manera a forjar la red de comercio ilegal que operaba fundamentalmente en la selva y también se hizo de una fortuna increíble, que utilizó, junto con su documentación secreta de autoridades del ejército, en colaboración del diario Kasauchum para arremeter contra generales afines al gobierno de Morales Bermudez. Este duelo entre Kasauchum y el ejército lo llevó a exiliarse brevemente, y a su retorno al Perú aprovechó las condiciones desfavorables del país, en particular la aparición de Sendero Luminoso (cubriendo crímenes del ejército), para retomar una posición privilegiada de asesor del ejército y, posteriormente, de Alberto Fujimori. El clientelismo que utilizaba Montesinos, comenzando por jugosas recompensas a quienes lo apoyaban en toda su cadena delictiva, lo llevaron a posicionarse bastante bien dentro del bajo mundo peruano y sudamericano. Este clientelismo profesional luego le serviría como un clientelismo político, con la única diferencia que en un primer momento el se presentaba como una persona natural, como Vladimiro Montesinos, y luego de los noventas lo hacía a nombre de la República del Perú.

De todos los ejemplos presentes en la primera mitad del libro, la parte quizás más escalofriante es la capacidad que Montesinos tuvo para vengarse de su primo, quien fue acusado de robarse un escritorio y detenido por un tiempo, por la mera arbitrariedad de Vladimiro en una movida rencorosa e infantil; demostrando todo el poder que Montesinos podía ejercer.

De esta manera, se puede trazar una cierta comparación entre el gobierno articulado en base a clientelas de Castilla con la red trazada por Montesinos, haciendo las salvedades del caso, obviamente. No pretendo justificar ni alabar a un sociópata como Vladimiro, pero sin duda contaba con una astucia, un olfato político impecable y recursos materiales (cualidades que McEvoy atribuye al éxito de Castilla) para desarrollar de buena manera un gobierno de tal envergadura. Las diferencias principales entre ambos clientelismos vendrían a ser las diferencias estructurales que poseen las sociedades peruanas del siglo XIX y de fines del XX: mayor acceso por parte de la población a la política y a la representación, el ámbito rural post-reforma agraria, las migraciones andinas a Lima y la mayor presencia de las economías informales y delictivas, a las que Montesinos debe su fortuna. Como detalla Durand:

“La economía informal está constituida por empresas y trabajadores que operan en una zona institucional claroscura. No es que sean ilegales sino que muchas de sus operaciones no son legales. Su nivel de transgresión es limitado. Además, la mayoría aspira a la formalidad sin barreras, intención sana. Se trata de agentes sociales que no han cometido un delito claramente lesivo a la propiedad y a la persona... La economía informal no es solo una economía de pequeña escala, sino todo un sector internamente diferenciado: con cientos de miles de “trabajadores” y manejada por grandes proveedores y vendedores que prefieren pasar desapercibidos o apareciendo como pequeños para defender mejor sus intereses” (Durand 2007: 79-80-88)

Esta clase de economía contrasta y se cruza inevitablemente con la economía claramente delictiva, ligada al comercio de productos prohibidos, asesinatos y robos, además de contrabando y piratería; en general la economía que surge producto al crimen organizado, siendo la más rentable la vinculada al narcotráfico y al comercio de PBC, que se benefició de un rápido y barato proceso de producción, que podía articularse desde insumos legales; lo cual volvía mucho más complicado el rastrear a los criminales y diferenciarlos ciudadanos ordinarios. Todo esto significó una importante porción del PBI peruano en las décadas previas al gobierno de Fujimori.

Como explica Durand, estas dos economías, que forman lo que el autor denomina “El otro Perú”, surgieron a partir de la oposición del estado y sus vías formales al proceso de migración masiva, así como también de las sucesivas crisis económicas que tuvo el Perú entre el 70 y el 90, algunas producto de un mal manejo por parte de las autoridades, otras por culpa de coyunturas internacionales como la crisis del petróleo, la crisis de la deuda externa, entre otras; y por último una mezcla de idealismo y pésimo timing que juntó los errores con momentos críticos a nivel internacional. Fue en esos momentos de debilidad económica, que repercutieron en una debilidad institucional del estado para poder controlar las transacciones formales (además de otorgar remuneraciones adecuadas a sus colaboradores), lo cual favoreció estos circuitos al margen de la ley:

“Al estancarse el mundo formal tan profundamente no quedaba otra alternativa que autoemplearse, según cada cual pudiera “en lo que sea”. Es decir, primero en la informalidad, que apareció como una alternativa de trabajo –por ejemplo, para los trabajadores despedidos o para los recién incorporados a la población económicamente activa que no encontraban trabajo-, luego en la economía delictiva. Esta tercera economía se desarrolló en paralelo y poco a poco pero fue adquiriendo gran fuerza. No es coincidencia que en la década de 1980 creció a gran escala el narcotráfico, el contrabando y la piratería. Creció junto con la informalidad, indicando entonces un descontrol estatal, pero no quisimos o no supimos entender las consecuencias de su existencia, a pesar de la creciente criminalidad y corrupción.” (Durand 2007: 107-108)

Ahora, como viene señala Durand, toda la caótica e insegura situación económica de fines durante los 80´s, debilitó aún más las instituciones de todo tipo, tanto estatales como políticas, y favoreció la aparición de un crimen organizado. No es necesario profundizar mucho en el tema para afirmar que el crimen organizado tiende a poseer jerarquías verticales de gobierno; algunas teniendo una mejor organización y logística que otras. Estos “capos” del crimen, ya sean líderes de los cárteles o jefes locales actuaban y ordenaban a una población desamparada como mecenas, otorgando favores que luego de un determinado tiempo eran cobrados, muchas veces con gusto.

Conclusión

A la destrucción de las ya de por si precarias instituciones peruanas entre los 70´s y los 80´s le siguió una nueva oleada de caudillismo, solo que esta vez quienes poseían poder ya no eran los hacendados gamonales del siglo XIX como fue después de la independencia, sino los jefes y capos de las diferentes mafias y cárteles de las provincias, quienes articularon un clientelismo en base a los recursos que tenían a su disposición, reproduciendo, al igual que una vez caído el Virreinato, focos de poder locales dentro de las regiones, especialmente donde dominaban tanto la economía informal como la delictiva. Ya no fueron entonces los ingresos del guano, sino los de la Pasta Básica de Cocaína y otros negocios delictivos los que aceitaron toda la red; y por el mismo hecho de formar parte del llamado Otro Perú no recibieron la más mínima cobertura mediática y su presencia fue tan solo un secreto a voces entre los ciudadanos comunes. El ejemplo más gráfico que puedo presentar es que quien fuese la persona con más poder dentro del régimen de los 90, quien se situaba encima de este nueva triángulo sin base, fuese aquél que carecía del título de presidente y en quien se centraban todas las cámaras.

En todo este contexto de caos ochentero, al igual que Ramón Castilla cuando llegó al poder, Montesinos expandió su red ya existente a nivel nacional tras sumarse al proyecto político de Alberto Fujimori en 1990, aprovechando los recursos del Estado, tanto logísticos como económicos, para llevar a cabo todos sus proyectos delictivos, que se mezclaron además con los propios proyectos políticos del régimen, que consisten en importantes logros políticos que hoy en día el fujimorismo puede adjudicarse; por más que ni Fujimori ni Montesinos hayan influenciado mucho en su desarrollo (solución de la crisis económica y derrota el terrorismo); lo cual volvió el triángulo sin base uno sumamente complejo e intrincado, de alcance nacional y que además articulaba sectores de las tres socioeconomías al mezclar estas dos dimensiones.

Ahora bien, cabe plantear algunas interrogantes:

¿Una vez que cae la punta del triángulo, se desmorona por completo? (Si tomamos la caída del virreinato español como ejemplo, el esquema del triángulo puede permanecer con vida a expensas de su líder; y si además vemos el caso López Meneses, podríamos hasta concluir que el aparato montesinista sigue funcionando incluso con él en prisión.)

¿Si un triángulo sin base se encuentra centrado en lo delictivo/informal, cómo dialoga con nuestras autoridades formales? Una hipótesis tentativa que se me viene a la mente es que de existir un conflicto entre un poder u autoridad/institución formal contra un triángulo de clientelismo, se intenta llevar a cabo un proceso de revocatoria.

Podría concluir entonces:

- El modelo de triángulo sin base ha persistido, con altos y bajos, a lo largo de la historia del Perú, y el caso de Montesinos vendría a ser la forma más visible de este modelo en nuestra historia contemporánea a nivel nacional.

- El triángulo sin base puede subsistir a pesar de la caída de sus lideres.

- La fortaleza y debilidad del triángulo sin base está ligada intrínsecamente con el desarrollo y la fortaleza de las instituciones estatales; las que a su vez están amarradas a la situación económica del país.

- La debacle entre los 1970 y 1990 favoreció la aparición de redes de clientelismo vertical personificado a nivel nacional.

- El clientelismo depende de quienes ostenten recursos económicos (lo cual les da poder frente a una población desfavorecida), y entre 1970 y 1990 quienes lo concentraban tendían a ser criminales.

- Esto, sin embargo, no se da a la inversa: una situación de bonanza económica no necesariamente trae consigo una fortaleza de instituciones, y así sucedió en dos momentos históricos, tanto en la era del guano como en nuestro boom de exportaciones en el presente; en lo que Alberto Vergara denomina la disyuntiva entre la Promesa Neoliberal, que está ligada al mercado, emprendimiento y ascenso social, y la Promesa Republicana, que se refiere a igualdad e instituciones estables.

- Eliminar el triángulo sin base y fortalecer nuestras instituciones dependería entonces de voluntad política para hacerle frente a alguna posible red de clientelismo, cosa que desafortunadamente no ha sucedido.

Bibliografía consultada:

BOWEN, Sally y HOLLIGAN, Jane

2003 El espía imperfect: la telaraña siniestra de Vladimiro Montesinos. Lima: PEISA S.A.C.

COTLER, Julio

2013 Clases, estado y nación. Tercera Edición. Lima: IEP.

DARGENT, Eduardo

2013 “Pobres y Política” en Columnas Diario 16. Consultado el 12/12/13

< http://diario16.pe/columnista/18/eduardo-dargent/2262/pobres-y-polaitica>

DURAND, Francisco.

2007 El Perú Fracturado: formalidad, informalidad y economía delictiva. Lima: Congreso del Perú.

McEVOY, Carmen

1997 La utopía republicana: ideales y realidades en la formación de la cultura política peruana. Lima: PUCP.

VERGARA, Alberto

2013 Ciudadanos sin república: ¿cómo sobrevivir en la jungla política peruana?. Lima: Planeta.


Escrito por

Javier Aguilar

Estudiante de Historia en la PUCP, ciudadano indignado


Publicado en

OccupyClio

Blog personal vinculado a temas de Historia y actualidad social y política peruana.