Jódanse todos: una crítica a la Derecha y a la Izquierda
Y a la forma de llevar el debate sobre el país.
Esta es la primera parte de un ensayo en torno al problema de la desigualdad socioeconómica del Perú, afrontado desde una perspectiva histórica. Para iniciar el ensayo, encontré necesario plantear cual era el estado del debate en torno al país, y estas son mis conclusiones
Existe un consenso implícito: el Perú está jodido. Si se quiere buscar un fundamento empírico a esta afirmación se pueden citar varias estadísticas y datos, como el nivel de desigualdad entre clases altas y bajas, la extrema desconfianza en nuestras instituciones de gobierno, el alto nivel de informalidad, escandalosos índices de corrupción, y un largo etcétera. Esta situación un tanto caótica va de la mano, paradójicamente, de un continuo crecimiento económico desde hace ya dos décadas, y si bien este crecimiento ha contribuido a que nuestras cifras a nivel de encuestas y estadísticas internacionales aparezcan en azul y no en rojo, existe también la percepción que la nueva riqueza del país está mal distribuida, y que el crecimiento no llega a todo el mundo, que no genera desarollo (http://elcomercio.pe/economia/460393/noticia-padre-gustavo-gutierrez-aqui-cuando-chorrea-chorrea-hacia-arriba). En este ensayo, quisiera enfatizar en este último problema y brindar una nueva perspectiva a los debates actuales sobre la situación del país, y quisiera comenzar con unas afirmaciones:
1) El problema del Perú no gira en torno a su política económica, y la discusión sobre este tema está pésimamente encaminada.
2) El problema del Perú es la histórica desigualdad que existe entre los extremos socioeconómicos de la sociedad, además de la crónica debilidad de sus instituciones y la corrupción en las mismas.
Status Quo del debate en torno al Perú
Actualmente nuestra opinión pública está dominada por temas y comentaristas de ambos extremos del espectro político: derecha e izquierda. Aquello que parece ser la principal diferencia es su aproximación a la economía, lo que ha tendido a centrar el debate en una sola disciplina y en una reproducción de un debate característico del siglo XX: liberalismo económico (que en nuestro medio es cuasi ortodoxo) vs intervencionismo/socialismo/comunismo. De forma maniquea, recordando la guerra fría, la primera parte (librecambista) sostiene que al país le irá bien siempre y cuando abra sus mercados y adopte un modelo económico neoliberal a cabalidad, reduciendo los programas sociales y la presencia del estado a un mínimo. Cualquier intervención del estado, por mínima que sea, es automáticamente magnificada y presentada como un catastrófico problema que nos acerca peligrosamente a China, Cuba o Venezuela. El paupérrimo estado del liberalismo económico en nuestros medios está detallado en un memorable artículo de Alberto Vergara (http://www.poder360.com/article_detail.php?id_article=6970). Por otro lado, de forma maniquea también, los “rojos” han satanizado por completo al neoliberalismo. La idea de satanizar es, a veces, literal; la visión e idea que este sector tiene sobre la teoría neoliberal y sus personajes clave quedó plasmada en una carlíncatura del 10 de abril del 2013, donde se le niega la entrada al cielo a Margaret Thatcher. (http://www.larepublica.pe/carlincaturas/carlincaturas-10-04-2013-2013-04-10) La postura sostiene que el modelo es injusto a la vez que perverso, que genera vicios, solo contribuye a enriquecer a los ricos y que, por ello, el estado tiene que intervenir necesariamente para hacer sentir su presencia frente a los poderes económicos que buscan ante todo sus propios intereses, velando así por los intereses “del pueblo”, que son los “nacionales”. La influencia de doctrinas derivadas del marxismo es sumamente fuerte en estos grupos y, dependiendo de la influencia, pueden llegar a plantear que la solución para el Perú es la creación de un estado socialista.
Estas dos posturas son las predominantes; cualquier cosa en el medio tiende a ser tildado peyorativamente de “caviar”. La justificación a este respaldo por extremos tiene dos justificaciones, a mi juicio. Primero, una noción implícita sobre las conciencias de clase. Siguiendo la tradición marxista, los partidos y la representación política está ligada necesariamente a la clase a la que un individuo pertenece. Así, el proletariado y el campesinado estarán siempre a la izquierda, la clase media al centro y la élite burguesa a la derecha. Esto se reproduce en una idea: que uno no puede ser de izquierda estando en una clase media-alta, ya que estaría alejado del “pueblo” y no compartiría sus realidades. De un modo similar, se cree que la derecha y los liberales no hace nada más que velar por los intereses de la clase alta, por más que su discurso pretenda mejorar a toda la población. Esta idea está reforzada en el hecho que, efectivamente, la mayoría de personas que opinan a favor de las ideas de derecha, pertenecen a la clase alta; el ejemplo más paradigmático que se me viene a la mente es el diario Altavoz. La ausencia de una clase media consolidada tiene como consecuencia que el debate ideológico se vuelva, indirectamente, uno entre pobres y ricos; y entonces, bajo estas concepciones, el “caviar”, entendido como medio-adinerado que posee preocupaciones de izquierda no es más que un demagogo e hipócrita.
Por otro lado, nuestros extremos son sumamente fuertes debido a que ambas ideologías, marxismo y liberalismo, son en nuestro caso adoptados de un modo similar a una religión y pretenden ofrecer una verdad absoluta e incuestionable dentro de un mundo post-moderno donde los paradigmas tradicionales se han disuelto, ofreciendo una alternativa que brinda coherencia dentro de la cosmovisión de un individuo. Al igual que Haya dijo “Solo el Aprismo salvará al Perú”, actualmente nuestros comentaristas creen que solo una de las dos opciones de extremo salvará al Perú.
La reducción de toda la preocupación mediática por lo económico se evidenció de sobremanera en la campaña electoral del 2011. Además, a partir de esta campaña quedó implícito un respaldo popular hacia la continuidad de un modelo económico de libre mercado, en parte debido al fracaso de experimentos anteriores de un modelo propio (El modelo de Industrialización para la Sustitución de Importaciones de Velasco y García), y a la pésima imagen mediática de varios de los países y gobernantes del llamado “socialismo latinoamericano” (Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales). Al afirmar este respaldo, me baso en los porcentajes sumados que obtuvieron Keiko, PPK, Toledo y Castañeda durante primera vuelta, todos ellos candidatos que representaban un continuismo dentro de la política económica. Incluso al candidato reformista, Humala, se lo obligó a jurar un buen número de cosas, entre ellas que no cambiaría el modelo económico.
Ahora bien, no pretendo desestimar a la economía como ciencia social ni tampoco ignorar los efectos y las repercusiones que lo económico tiene tanto en la vida cotidiana como en otros aspectos de la vida humana como son lo social y en cierta medida lo cultural. Sin embargo este debate no es uno óptimo por dos motivos. En primer lugar, el debate en torno a lo económico está, como lo ha detallado Vergara para el caso liberal, demasiado centrado en una teoría abstracta que, muchas veces, tiende a estar alejada de la realidad. Entonces, la teoría del establishment liberal termina volviéndose aplicable solo a un sector muy (muy) reducido de la población, que en palabras de Dargent, es uno que ya está económicamente estable, principalmente por medio de una herencia y es “el que ya puede elegir” (http://www.revistavelaverde.pe/?p=4656). La izquierda no se salva de esta crítica. Para su ideario, todo se reduce a que el neoliberalismo es malo y reúnen todas sus fuerzas en tratar de combatirlo de una forma u otra: se enseña y se crítica del neoliberalismo tanto en las universidades (ver cualquier pronunciamiento de la Federación de Estudiantes del Perú), como en los gremios y en los sindicatos (ver cualquier pronunciamiento de la CGTP o del SUTEP). Esta visión de túnel les impide concederle logro alguno a esta ideología, ya que es solo la excusa para “oprimir al Tercer Mundo” (http://aportespedagogicos.blogspot.com/2010/07/el-neoliberalismo-y-la-educacion.html), y al “pueblo” que dicen representar. (Si, a ese mismo pueblo que se ha venido desarrollando en base a medidas liberales y que apoyó en su mayoría el continuismo de la política económica en las pasadas elecciones presidenciales). La idea maniquea que solo el marxismo representa la “verdadera” izquierda y que el liberalismo es la defensa ideológica de la burguesía los ha encasillado en siglos pasados, y fuerzan la aplicación de su teoría a nuestra realidad; lo que es peor, desestima y ataca otras posturas, también de izquierda más moderadas y que, irónicamente, pueden tener mayor sentido si son aplicadas a nuestro país.
Además de ser un debate en suma abstracto, por otro lado la centralización del problema en lo económico, vuelve invisible o relega a un segundo plano el resto de problemáticas en la realidad. Pareciera existir también un determinismo: absolutamente todo deriva de lo económico y todo se resume en lo económico; como si esta dimensión configurase absolutamente toda nuestra vida. Genera, también, una fe ciega en que una vez aplicada la teoría, todo lo demás se solucionará automáticamente o sin mayor esfuerzo alguno. En consecuencia, ninguna parte ve con ojos positivos la aplicación de una medida de corte opuesto, lo cuál es perjudicial para el estado. El gobierno necesita ser pragmático a la hora de ejecutar proyectos y leyes y apuntar hacia el bienestar general de la población. Si en un determinado momento una medida de corte intervencionista/proteccionista/socialista es lo más adecuado, debe de aplicarla sin pensar qué Von Mises, Hayek o toda SemanaEconómica comenzará a renegar; del mismo modo que si en un determinado momento una medida de corte liberal genera mayores beneficios, debe de utilizarla sin reparar en que probablemente Marx, Lenin y Mao condenarían el acto. La aplicación de una teoría nunca debe de ser el fin de un gobierno ni de gente que aspira a llegar a gobernar, sino un medio para garantizar el bienestar de la población. Lamentablemente, en nuestros debates pareciera ser todo lo contrario.
Cualquier postura que busque ofrecer soluciones a la problemática nacional tiene, entonces, que sacudirse de purismos ideológicos y atacar de forma puntual los problemas que el país tiene. A mi juicio son dos: la desigualdad y la corrupción dentro de las instituciones y la debilidad de las mismas. Ambos problemas son históricos, y en el siguiente post trataré de realizar una reflexión en torno a los mismos con el fin de plantear y debatir posibles soluciones.